Después de unos 11 meses de publicada la primera parte, bienvenidos a esta última parte de nuestro viaje a Europa.
Día 16: Brujas
Después de tratar de buscar qué hacer en Bruselas y no convencernos, decidimos saltarnos esta ciudad y tomar el tren a Brujas[1].
La estación no está directamente en el centro de Brujas, pero la distancia es totalmente caminable. Como llegamos muy temprano, nos tomamos un chocolate caliente antes de empezar nuestro recorrido. Luego de un rato recorriendo los alrededores de la Plaza Mayor (Grote Markt[2]), nos encontramos con un tour gratuito por el casco histórico, al cual nos sumamos.
Además de los datos históricos, la importancia de Brujas como centro de peregrinación religiosa en la Edad Media, el guía también nos dio algunos datos sobre comida, como el puesto de waffles al que fuimos al final del tour.
Terminamos nuestra visita en la Basílica de la Santa Sangre[3], famosa por albergar la Reliquia de la Santa Sangre, una ampolla que supuestamente contiene una tela con Sangre de Cristo. La Basílica está conformada por dos capillas: la de San Basilio , bastante simple y conserva el estilo románico original, y la de la Santa Sangre, más decorada y renovada al estilo gótico, con múltiples vitrales.
Tras nuestro paseo por Brujas, volvimos a la estación para buscar nuestro equipaje y tomar el tren al aeropuerto.
Día 17: Catedral de Milán
Partimos el día con dos misiones: visitar la Catedral de Milán y encontrar cannolis. Mientras caminábamos hacia el metro, nos topamos con la Parroquia de San Andrés. Aunque es relativamente pequeña en comparación con otras iglesias que visitamos, posee unos órganos que no tienen nada que envidiarle a templos más famosos.
Mientras estábamos averiguando para comprar los tickets para la Catedral de Milán[4], nos contaron sobre la política de no poder ingresar con los hombros descubiertos, por lo que Karen tuvo que comprar un pañuelo.
Uno de los puntos que llaman la atención de la catedral son sus coloridos vitrales, que han sido creados por generaciones de artistas durante 6 siglos, siendo el último de estos instalado en 1988[5].
Tras la visita a la Catedral, entramos a un local de la Galleria Vittorio Emanuele II[6] para descansar del calor.
Tras seguir paseando por el centro de Milán, nos encontramos con una estatua de San Francisco de Asís, iluminada por el sol del atardecer.
Cuando oscureció volvimos a la plaza de la Catedral, en donde cumplimos la misión pendiente y compramos cannolis.
Día 18: Museo Leonardo da Vinci
Como última parada en Milán, pasamos al Museo Nacional de la Ciencia y la Tecnología Leonardo da Vinci[7]. Aunque en la entrada entregan un mapa del museo, es fácil perderse en él, por lo que es mejor visitarlo con tiempo.
Aunque algunas de las exposiciones estaban cerradas, las colecciones del museo abarcan objetos tecnológicos de siglos de antigüedad, hasta el acelerador de partículas que ha dado que hablar en las últimas décadas.
Cuando nos íbamos retirando del museo, pues llegó la hora de cierre, descubrimos que posee un submarino, al que solo le pudimos echar una mirada rápida.
Día 19: Vaticano
Uno de los residentes de nuestro alojamiento en Roma era un perrito, lo que hizo que los problemas con el wifi pasaran a segundo plano.
Partimos nuestro día con rumbo al Vaticano, pero nos topamos con la Iglesia de San Ignacio de Loyola[8]. De esta iglesia, destaca el fresco pintado en la bóveda de la nave central por Andrea Pazza, que juega con la perspectiva para hacer parecer el espacio más grande de lo que es. Al parecer, esta iglesia queda opacada por las atracciones más populares de la ciudad, lo que hace que esté relativamente vacía, aún en temporada alta.
Nuestra segunda parada del día fue el Panteón de Roma. Afuera del panteón, hay una fuente muy llamativa, aunque fue construida varios siglos después del panteón.
La parada principal del día fue la visita al Vaticano. Luego de una larga fila para pasar por el control de seguridad, acompañados del sol veraniego, pasamos casi directamente a la cúpula de la Basílica de San Pedro[9]. Aunque el primer tramo lo hicimos en ascensor, el segundo se hace obligatoriamente subiendo escaleras.
No pasamos a la Capilla Sixtina porque nos quedamos cortos de tiempo, pero sí alcanzamos a pasar por la tienda de recuerdos y a comprar estampillas para mandar postales.
Nuestra parada de almuerzo fue en un local donde preparan la pasta en el momento
De vuelta al metro, le dimos una vista rápida a la Fuente de Trevi, pero estaba repleta de gente.
La última parada del día fue el Coliseo. Ahí aprendimos que el nombre Coliseo probablemente viene de la colosal estatua a Nerón que alguna vez estuvo instalada a su lado.
Día 20: Más Roma
Partimos visitando la Cripta de los Capuchinos[10] junto al museo de la orden capuchina. La cripta es conocida por las cinco capillas ornamentadas con osamentas. Lamentablemente, junto a nosotros pasó un tour guiado, cuyo ruido rompía la atmósfera lúgubre del lugar.
Después, visitamos la Escalera Santa[11]. Supuestamente traída desde Jerusalén en el siglo IV, sería la escalera donde Jesús subió para ser juzgado en Viernes Santo. La escalera es subida de rodillas por los feligreses a modo de penitencia. Hay otras escaleras para subir a las instalaciones normalmente. Por respeto a los penitentes, no se pueden tomar fotos de la escalera mientras están subiendo, aunque nunca falta el turista que no sigue las reglas.
Cuando íbamos de vuelta a nuestro alojamiento nos llamó la atención un obelisco cubierto de jeroglíficos. Unos segundos después, a Karen le llamó la atención una puerta, así que entramos a lo que resultó ser el Baptisterio de Letrán[12] cuyas primeras construcciones datan del siglo IV.
Cuando nos disponíamos a dejar el alojamiento para tomar nuestro vuelo de vuelta a Madrid, el perrito del lugar hizo un intento de fuga, pero rápidamente lo devolvimos a su hogar.
Día 21: De vuelta en Madrid
En Madrid, también volvimos a tener la suerte de contar con un compañero canino en nuestro alojamiento, lo que nos lleva a exigirle a los sitios de alojamientos que implementen un filtro de lugares que tengan perritos.
Entre los museos cercanos que podíamos visitar, finalmente elegimos el Museo del Prado[13]. La colección del museo es enorme, y probablemente ni con un día completo se pueda apreciar completa, pero lo bueno es que hay folletos con las ubicaciones de las obras en caso de que haya que priorizar las de mayor interés.
Sin ser muy docto en la pintura, me causaron gran impresión las obras de Caravaggio[14] y los seguidores de su escuela por su manejo de las luces; el Greco[15] por sus colores fuertes, contrastes y composiciones épicas; Goya[16] por sus referencias en las Pinturas negras; Las meninas de Velázquez[17] por dedicarle mucho más detalle del que esperaría al perrito que aparece en esa pintura y finalmente un cuadro súper chico de Meissonier[18] que me llamó la atención por el manejo de color en las telas y en la piel.
De vuelta a nuestro alojamiento, pasamos por el Congreso de Diputados, el cual tiene dos estatuas de leones resguardando sus puertas.
Día 22: Jardín Botánico de Madrid
Nuestro último día antes de volver lo pasamos en el Jardín Botánico de Madrid[19]. Partimos nuestro recorrido por el invernadero, que tiene distintas secciones para plantas de distintos climas, por lo que uno pasa de un ambiente muy seco, a una atmósfera muy húmeda en unos minutos.
El Jardín posee una colección de bonsáis donada por un ex-presidente, entre los cuales hay varios árboles frutales. También hay un estanque con flores de loto, pero estaba recubierto de una malla que dificultaba tomar buenas fotos.
También hay una huerta, que ayuda a divulgar sobre las plantas que solemos consumir, pero de las que muchas veces sabemos poco.
Mientras paseábamos por el jardín, un señor de edad nos hizo notar una flor de pasionaria que habíamos pasado por alto.
Terminamos nuestro paseo en la tienda y cafetería, donde aprovechamos de recargar energías y de comprar algunos recuerdos (y libros de Stefano Mancusso[20] en el caso de Karen).