Después de nuestro fugaz paso por Japón y tras un viaje en el tiempo, llegamos al archipiélago de Hawaiʻi. Elegimos dos islas para visitar: Oʻahu y la isla grande de Hawaiʻi.
Oahu
Honolulu
Tras una tarde en la que nos aprovisionamos, tanto de comida como de otros artículos indispensables (como una polera de Super Mario World para Karen ❤️ y una de Cowboy Bebop para mi), nuestro primer destino fueron las playas cercanas a Honolulu. Así es como llegamos a la playa del fuerte DeRussy[1]. Tras caminar un rato por la playa, compramos algo para comer en un puesto cercano, el que también tenía granizados arcoiris 🌈.
Como Mayo es temporada baja, la playa estaba bastante desocupada, lo que sumado a la tranquilidad de las aguas resultó en una grata experiencia, dado que no soy muy amigo de las playas.
Durante la tarde, recorrimos parte del centro de Honolulu, incluyendo la estatua del Rey Kamehameha frente al Aliʻiolani Hale[2], edificio que fue la sede de gobierno de la monarquía de Hawaiʻi y que hoy es sede de la Corte Suprema de ese estado. Hablando de Kamehameha, cuyo nombre les sonará de otro lado, es el nombre de una dinastía de reyes hawaiianos. Kamehameha I [3] unificó las islas del archipiélago de Hawaiʻi bajo su mandato, convirtiéndose en el primer rey de Hawaiʻi. La famosa técnica de Dragon Ball recibe su nombre de esta dinastía y fue sugerido por la esposa de Akira Toriyama pues juega bien con la temática relacionada a las tortugas (kame en japonés) del Maestro Roshi.
Mākaha Beach y Sharks Cove
Al día siguiente, tomamos por rumbo la reserva de Makua Keaʻau, siguiendo la ruta de Google Maps. Sin embargo, al llegar a la entrada de las Makaha Valley Towers, el guardia nos dijo que la reserva a la que queríamos ir no era muy asequible y nos sugirió otro lugar como opción de caminata. Aunque no pudimos encontrar el lugar que nos sugirió, terminamos en la playa de Mākaha, la cual es rodeada por un paisaje muy bonito. En esta playa olvidé sacar mi celular del bolsillo de mi traje de baño y tuvo un trágico final.
Para finalizar el día, nos dirigimos a la parte norte de la isla para ver la puesta de sol. Aunque no estoy seguro del lugar en el que nos detuvimos, con algo de investigación en Google Maps, creo que el lugar se llama Sharks Cove.
Isla grande de Hawai’i
Hilo
En la isla grande nos alojamos en Hilo[4], ubicada en el extremo Este de la isla. Como aprendimos en el Museo del Tsunami[5], la ubicación de la isla y la geografía particular de Hilo, la hacen muy vulnerable a los tsunamis. Hablando de ese museo, es bastante pequeño para el valor de la entrada, así que no les recomiendo que lo visiten.
Nuestra primera parada por los atractivos naturales de la isla fue la Cascada Arcoíris[6] o Waiānuenue en hawaiiano. Su nombre proviene de que se producen arcoiris en las mañanas soleadas. Esta cascada se puede contemplar desde un mirador de libre acceso. En el estacionamiento habían gallinas merodeando entre los autos, probablemente buscando comida que se le cayera a la gente.
En nuestro paseo por el centro de Hilo llegamos al Centro de Descubrimiento Makupāpapa[7], centro dedicado a la difusión sobre los arrecifes de coral en Hawaiʻi. Ahí aprovechamos de preguntar por el estado de la carretera 11, que lleva la lado sur de la isla desde Hilo, pero como pasa por el Parque Nacional de los Volcanes[8], podía estar cerrada por la erupción del volcán Kīlauea.
Punaluʻu y Kailua-Kona
Uno de los atractivos principales de la isla es el Parque Nacional de los Volcanes, pero se encontraba cerrado, pues como mencioné antes el volcán Kīlauea estaba en plena erupción. Aún así, quedaban atractivos por visitar, como la playa de arena verde, Papakōlea[9], y la playa de arena negra, Punaluʻu[10]. Ambas playas obtienen sus particulares colores de minerales asociados a la actividad volcánica de la zona. Como Punaluʻu tiene mucho más fácil acceso, nos decidimos por esta playa, que ademas es lugar de descanso de tortugas marinas.
Siguiendo nuestro recorrido por el lado oeste de la isla, pasamos a visitar el Parque Histórico Nacional Puʻuhonua o Hōnaunau[11]. No pudimos aprender mucho de éste, pues llegamos muy cercanos a la hora de cierre.
Para finalizar el día, llegamos a Kailua-Kona, ciudad ubicada en el lado oeste de la isla grande. Allí nos inscribimos para hacer snorkel y ver mantarayas al día siguiente. Así, con una aventura planificada para el día siguiente, emprendimos la vuelta al lado este de la isla.
Jardín Botánico y Mantarrayas
Antes de volver a Kailua-Kona, pasamos a visitar el Jardín Botánico Tropical de Hawaiʻi[12]. Aunque es relativamente caro, la variedad de especies y la extensión del jardín hace que sea posible pasar un día entero en el jardín, por lo que vale definitivamente la pena visitarlo.
Tras nuestra visita al jardín, partimos rumbo a Kailua-Kona. Al llegar a la tienda del tour, nos entregaron trajes de silicona y aletas de buceo. Aprovechamos de preguntar si ofrecían arriendo de cámaras de acción, para poder grabar y tomar fotos a las mantarrayas, pero lamentablemente no tenían, así que nos tuvimos que conformar con disfrutar el momento.
Una vez arriba del bote, nos explicaron las reglas de seguridad y que estaba prohibido tocar a las mantarrayas. El avistamiento parte una vez que se pone el sol, pues se usan focos de luz para atraer al plankton, el que a su vez atrae a las mantarrayas. Esto asegura una alta probabilidad de avistamiento y también hace que se puedan ver desde bastante cerca. La experiencia es altamente recomendada y no es necesario saber nadar, como puede dar fe su servidor.
Una vez en tierra, recordé que mi amigo de tiempos de origami, Nicolás Gajardo[13] me enseñó a hacer una mantarraya, así que me dispuse a buscar papel para doblar una. Finalmente, con un folleto que encontré en las tiendas cercanas, hice una mantarraya de origami que le regalé a la tripulación en agradecimiento por tan memorable experiencia.
Cuando nos disponíamos a volver al alojamiento, pinchamos una rueda en un estacionamiento. Dado que era muy tarde y no nos contestaron de la compañía de arriendo del auto, recurrimos al recurso de cambiar la rueda nosotros. Sin embargo, el auto parecía no tener las herramientas. Así que empezamos a buscar a alguien que nos prestara una gata y llegamos a una bencinera cercana. En eso, llega una camioneta gigante, con luces de fiesta, tirando burbujas y con un adorno en el capó, cual proa de un barco pirata o vikingo. De esta se baja un sujeto tan extravagante como la camioneta. Se hacía llamar Sargento Bla y nos contó que las burbujas son parte del show que ofrece para cumpleaños infantiles.
El Sargento tenía gata y se ofreció a ayudarnos con el neumático. En el camino al estacionamiento, nos contó que fue Marino, y por eso lo de Sargento. Como le dijimos que somos de Chile, puso música en español mientras cambiábamos la rueda. La primera canción que salió fue una de la Sonora Tommy Rey[14]. Una vez cambiada la rueda gracias al Sargento Bla, emprendimos la travesía de vuelta a Hilo, y luego de vuelta a Chile.